Tenía pendiente desde hace ya un mes escribir sobre una de las ciudades más lindas de Chile: Valparaíso. Se trata, sin duda, de una ciudad multicolor, atractiva y latente.
La primera impresión fue de sorpresa. No esperaba que fuera así. Imaginaba que sería una pequeña ciudad, ordenada y con un lindo puerto. Me hice una idea de postal. Al llegar borré rápidamente la imagen que me había creado para, precisamente, recrear otra. Lo primero que pensé, mientras nos dirigíamos de la estación a un mercado de verduras cercano, fue que era una ciudad caótica. Veía demasiadas cosas y mis ojos no daban abasto. También oía muchísimas voces y ruidos, muchos autos y gente en la calle. Al llegar al mercado me sentí la mujer más obervada. Creo que las verduleras maquinaban qué venderme y los hombres miraban mi cámara de fotos con cara de hambre.
Me gustó asignar el adjetivo “caótico” a Valparaíso y advierto que no lo elegí de un modo despectivo sinó salvaje, poco monótono y rebelde. Me pareció que esa era la personalidad de la ciudad. Es algo desordenado y hay casas que se aguantan por palos de madera (como los palafitos de Chiloé). Los cerros están repletos de casitas y, creedme, que no haypocos cerros. Está lleno de callejuelas, subidas y bajadas y grandes pendientes, lo que le da un toque anárquico. Además cada casa es de un color diferente. En conjunto se ve un gran arcoiris de cemento y madera contrastado con el mar, un paisaje viejo y oxidado pero no antiguo.
Tengo que reconocer que tuvimos los mejores guías que nos enseñaron varias caras de esta ciudad. La primera noche fuimos al Guachaca (bar-restaurante que se define como humilde, cariñoso y republicano). Ahí comimos un enorme y rico plato de papas fritas y bebimos el amenazador terremoto. El terremoto es una mezcla de vino blanco con helado (de piña en ese caso) y fernet. Prometo que estaba delicioso, pero, realmente era amenazador. Se llama terremoto porque dicen que cuando te levantas de la mesa, después de heberlo tomado, tiembla el suelo. Y es cierto. Terminamos la noche en una discoteca llamada El huevo. Tenía como 5 plantas y cada una con un ambiente diferente. Bailamos salsa, música ochentera y participamos de un concierto de ¿ska?. Fue una noche muy entretenida, lo que demuestra que Valparaíso no duerme.
De día fuimos por el puerto a dar un paseo en barca. Nos contaron un poco la historia de la ciudad y vimos un lobo marino que posó contento para nosotros. Al terminar el paseo empezamos a tener hambre. Los primos guías nos llevaron a comer una parrillada de marisco exquisita. Porto Viejo se llamaba el restaurante. Tomamos un pisco sour de aperitivo (como no…) y unas machas a la parmesana que estaban para chuparse los dedos. Casi me atrevo a decir que de las mejores que he probado sin contar las que hace mi suegro. La mariscada resultó ser interminable y nos causó una “resaca” in situ. Como siempre, no me privé de comer cosas ricas. Esto me supone que cada vez que regreso de Chile me traigo unos quilitos de más pero merecidos.
Ahora ya estoy de vuelta, tratando de readaptarme nuevamente y buscándome un hueco en el mundo laboral. ¿Alguna oferta?
Foto 1: Bracani…Antonio
¡Que envidia!!! Me encantan las ciudades tipo ‘caos’ donde no sabes lo que te espera a la vuelta de la esquina y perderme entre sus calles. La primera foto es una postal espectacular en la que perderse.