Los que ya empezáis a conocerme, sabréis que lo mío son las letras. Me encantan las letras y me encanta combinarlas hasta dar con la palabra que bien conjugada con otra da como resultado una frase con sentido.
Y es que me parece sorprendente que la simple combinación de diversos símbolos permita expresarme. No siempre doy con la combinación perfecta. Eso sí, lo intento cada día. Y seguiré intentándolo hasta que resulte.
Me ocurre lo mismo con la música. Aunque en este caso, lo que se combine no sean solo letras. Entran en juego las notas y los múltiples acordes. Los ritmos marcan los latidos cardíacos de cada uno. Estos ritmos, junto a notas que se mezclan con letras generan melodías que permiten expresar emociones, estados o sensaciones. Hay melodías para cada momento y para cada momento hay también una melodía.
Así, y a diferencia del año pasado, despido este año combinando las mejores palabras con lo que han sido mis mejores melodías.
En este año que ya termina, he podido seguir aprendiendo. Mientras esto ocurra, nada será en vano. La composición de palabras que armasen frases con algún tipo de significado es lo que, un año más, me ha dado de comer. La música ha sido, sin embargo, de mis mejores aliados. En ella he confiado mis momentos más difíciles y también los más fáciles.
Lo resumo todo a continuación.
Personas. Una vez más, tengo que reconocer que ha sido un año movidito en cuanto a humanos se refiere. He conocido inevitablemente a personas que no quiero que desaparezcan de mi vida, aunque sepa que puede ser que eso ocurra. Porque cada año aprendo que la gente viene y va. Y cada año que pasa, me cuestan más las despedidas. Este año, en especial, he tomado conciencia de que necesito a muchas personas a mi alrededor, aunque me empeñe y consiga ser una mujer independiente. He comprendido que la independencia se puede compartir con los demás.
Límites. Me he puesto a prueba en varias ocasiones. Parece que me gusta conocer mis límites y, a veces, sobrepasarlos. Por alguna razón son límites y por alguna otra razón me cuesta tolerarlos. Y es que mi aparente juventud no me permite dejar de soñar en mis ideales. Mi curiosidad no me deja saciar el hambre. Y mi inconformismo, casi innato, me tienta cada día a seguir descubriendo.
Metas. Cada día soy más consciente de que yo funciono con metas. Necesito objetivos a corto, medio y largo plazo. Necesito identificarlos y caminar hacia ellos. Sin rodeos, aunque el camino vaya tomando forma de laberinto. Así son mis caminos.
Cariño. También me he dado cuenta estos meses de que me apetece dar y recibir cariño. Hacía tiempo que no sentía eso. No estaba receptiva ni preparada para entregar esta sensación tan preciada. Sin más, este año he querido que cuidasen de mí y casi lo he conseguido. Los incondicionales nunca han dejado de hacerlo. Y siempre lo agraderé.
Ilusión. Pase lo que pase, no consigo perder la ilusión. La vida me motiva y me incita a mejorar y me ilusiona conseguirlo. Entro en un bucle de desear ser feliz aunque a la vez me asuste serlo. Sin embargo, mis sueños nunca desaparecen.
Paciencia. Mis padres siempre me han dicho que cuanto mayor te haces, más paciencia pierdes. Quizás ésta es una de las cosas que peor llevo, aunque este año me haya entrenado y con ganas. Estas navidades, y en más de una ocasión, me han preguntado que qué pediría a los reyes magos. Sin duda alguna he respondido salud, amor y paciencia. Mucha paciencia.
Tiempo. En este año, mis tiempos han cambiado. La constante sensación de tener que vivir el momento me ha agotado. Querer implantar en mi vida ese carpe diem, tan ficticio la mayoría de las veces, me ha obligado a explotar mis ya escasos recursos. El tiempo es posiblemente uno de los bienes más preciados. Sin tiempo, no hay nada. Y la presión por no perderlo ha sido inmensa.
Exigencia. Sigo buscando lo perfecto dentro de lo imperfecto. Continúo sin perdonar mis propios errores. No logro dejarme en paz y aclarar mis múltiples contradicciones. Sigo con miedo a que las cosas me salgan bien por no saber si podré soportarlo. La continua exigencia, si no se lleva bien, carece de sentido.
Medidas. No he parado de medir en porcentajes todo lo que me ocurre. Si puedo medirlo, podré controlarlo. Materializar lo que siento, reducir mis capacidades y estancar mis dimensiones me permite controlarlo casi todo.
Miedo. No pierdo el miedo a que me hagan daño.
En definitiva, ha sido un año en el que he aprendido y desaprendido. Ha sido un año desordenado e intenso. Ha sido un año que termina de forma muy diferente a la que empezó, pero me alegro de que así sea. Pues la vida son cambios y los cambios nos mantienen vivos.
Quedo a la espera de esos cambios que se vienen en 2015. Sin duda, los tomaré como oportunidades. Como siempre lo he hecho.