Había muchos coches, mucho alboroto. Llegué y no se podía pasar de la gente que había. La gente empujaba para ver qué aula les tocaba. Había una lista inerminable de nombres. Conseguí encontrar el mío y eso me tranquilizó. Sabía que estaba inscrita pero la inseguridad del último momento me hacía dudar de todo.
Así que me fui al lugar donde me correspondía, al bloque 2 A. Ahí encontré más gente, entre ellos, algunos conocidos. La mayoría estaban nerviosos; yo no. La gente comentaba si era fácil o era difícil. Comentaban dudas y manifestaban sus nervios. Los más veteranos contaban anécdotas de otras veces. Todo el mundo hablaba pero nadie escuchaba. Se trataba de una competición y nada de lo que dijera la gente podía ser útil ya en ese momento. Así que seguí el consejo que me dieron. “No escuches a nadie”, me dijeron. “Lo que ya no sabes, hoy, ya no lo sabrás”.
Noté que se producían una especie de celos en el ambiente. Si alguien leía algo de sus apuntes, el de al lado miraba, disimuladamente, qué leía. Como si no soportara que el otro leyera algo que fuera de “vital” importancia. Por un momento casi caí en eso. Mucha gente leía a última hora y trataba de memorizar fechas. Otros justificaban constantemente su falta de conocimientos y explicaban mil escusas de por qué no lo “llevaban bién”. La pregunta del día fue: “¿Cómo lo llevas?.
Finalmente sacaron unas nuevas listas que colgaron en las puertas de las aulas. Estas ya decían, dentro del bloque 2 A, qué aula nos pertocaba a cada uno. Nos colocamos “estratégicamente” cerca de la puerta a la espera de nuevas noticias. Al cabo de media hora nos fueron llamando de uno en uno y comprobando el DNI de cada uno. Nos hicieron sentar ligeramente separados el uno del otro.
Y empezó. Me asustaba mi tranquilidad y confianza en no se qué aún. Nos preguntaron en qué idioma queríamos examinarnos. Yo manifesté mi voluntad de querer examinarme en catalán. De los 50 que eramos en mi aula, solo tres levantamos, tímidamente, la mano para elegir dicha opción. Al poco tiempo empezó a correr el reloj. Teníamos 90 minutos para contestar 70 preguntas no tan rebuscadas como esperaba. No me sobró ni un segundo.
Salí contenta aunque no con mucha esperanza. Sabía que no me bastaba con aprobar, necesitaba ser de los mejores y, eso, no suele sucederme muy a menudo. Por algo se empieza. Como dicen en mi pueblo: “Poc a poc i bona lletra”. Recordé mis años de estudiante pero, esta vez, a gran escala.
Ahora, ya solo me queda esperar los resultados que, sean buenos o malos, habrá valido la pena vivir la experiencia. Descubrí que el lema de los opositores se rige por el principio de “intentarlo”. Es decir, si uno no lo intenta, seguro que no se lo saca. Es el mismo lema de la gente que juega primitivas.
Foto: miss China