El sábado salí, como cada sábado, casi, desde que empezó el año. Nos propusimos hacer algo distinto y resultó ser complicado. Los que salimos, a menudo por el puerto, ya sabemos que la mayoría de los bares a las 4 cierran. Quedan, por la zona, dos opciones a partir de esa hora. Una es ir al Costa Club y la otra es ir al Mar Salada. Normalmente nos decidimos por el Costa, básicamente, por motivos de comodidad.
El Costa es un local que no sé si llega a discoteca. Supongo que no, así que dejémoslo definido en local. Imagino que se empieza a llenar a las 4 pero no puedo asegurarlo porque nunca fui antes de esa hora. Ahí quedan, sólo, los que no quieren ir a dormir. Los que no han tenido bastante. Se supone que ya a esa hora uno se ha tomado ya las copas que ha querido con lo que no tiene por qué consumir. Nadie obliga a consumir, no es requisito para entrar como en otras partes. Y si no lo haces te ahorras lo que te va a costar el taxi de vuelta, al menos en mi caso. Las copas no se caracterizan por ser económicas. La música va al gusto de la casa. Un día suena tecno (ese día duro lo que tardo en salir), otro día suena la banda sonora de Grease y otras veces hay que conformarse con lo comercial del momento que equivale a Canto del loco, Nena Daconte y cosas por el estilo.
La otra opción, que para mi ya no lo es, es ir al Mar Salada. Se trata de otro local que se sitúa dentro del Club de Mar. Hay dos métodos para entrar en este local. Uno es pagar y no acostumbro a hacerlo para estar una hora como máximo en un lugar a altas horas de la madrugada. La otra opción es ir a a otros baretos, como La posada del loro, y pedir entradas. Eso es lo que hice el pasado sábado pero el hecho de obtener entradas no me aseguró ingresar en el local, al menos, no facilmente.
Una vez obtuve la entrada me fui a dicha discoteca. Me encontré con tres colas. Una para clientes “super vips”, otra para los que pagaban y otra para los que tenían entradas. Mi cola era la que gozaba de menos preferencia. Así que inexplicablemente estuve de pié esperando unos 45 minutos. Ahora lo pienso y no entiendo cómo aguanté. Además estando ahí observé que el tipo trajeado, que decidía quién entraba y quién no, no tenía ningún criterio justo para tomar tal decisión. Él dejaba entrar a quien le daba la gana. Además se metió con un chico que salía de la disco por el mero hecho de pararse a saludar a una amiga mía. Acabó pegándole. Fue absurdo. Al final entramos y la disco estaba no estaba llena. Ni siquiera pusieron buena música. Finalmente, a las 6, nos echaron con su mítica canción “a la puta calle”.
Eso sirve para no querer volver a estos lugares. Són locales que les sube la “fama” a la cabeza hasta volverse tan selectivos que hacen absurda su existencia. Si sólo quieren a un tipo de cliente pues que se enfoquen a ellos no más y prohiban la entrada a gente sin “VIP”. Pero lo que no pueden hacer es hacer perder el tiempo a los demás. He llegado a pensar que es una técnica que usan para que se hable de ellos. Y ya hay demasiados bares y discotecas de este tipo. Ahí incluyo el Buda que es un bar situado en el puerto también. El chico de la entrada deja pasar a las chicas según los centímetros que mida su falda. Así no se puede ir. No me pondré una mini y unos taconazos para entrar en un local.
Foto: Ditch the Kitsch