Los días huelen.
Huelen los días lluviosos a gris. Huelen a sofá con la ventana al lado observando como caen las gotas. Huelen a estar recostado con una manta encima mientras suena algún ruido de fondo como la tele o la radio. Así huelen mis días lluviosos. No huele igual un día soleado. Los días soleados huelen a paseo y a helado de limón. Esos días huelen ligeros.
¿Y qué os voy a decir de los días festivos? Esos huelen a tranquilidad casera aunque no estés tranquila ni en casa. Se llenan de olor a comida y de luz amarillenta. Huelen a horas estáticas y, en algunas ocasiones, huelen a días tradicionales y de poco movimiento (aunque te muevas mucho…).
Los días que resultan ser malos ya huelen desde el principio, y huelen a angustia y saben amargos. Huelen a estremecimiento y a veces desprenden un olor a hastío. Es un olor difícil de llevar, además, todo el mundo lo huele desde la lejanía por mucho perfume caro que te pongas.
Los días libres (laboralmente hablando) suelen empezar oliendo a sábanas ya que esos días te queda tiempo para olerlas. Huelen especialmente bien y saben a descanso. Huelen a buena película y a una cañita fresquita. También huelen a llamadas esporádicas proponiendo un plan.
También podemos hablar de los días de fin de semana. Aunque debería separarlos ya que el domingo no suele oler igual que el sábado. El domingo huele a resaca y sabe a flashes de la noche anterior. Huele a boca espesa y a ojos caídos. El sábado en cambio huele a más actividad. Huele a ducha rápida, champú y ropa limpia.
Mis recuerdos huelen a color sepia. Recuerdo los olores de cada recuerdo. Es una mezcla brutal de olores que por suerte están juntos pero no revueltos. Es impresionante como huele todo.
Y así podría ir describiendo cómo huelen mis días aunque pareciera un anuncio de compresas (rollo: ¿A qué huelen las nubes?), pero creo que lo dejaré aquí ya que dicen que si mezclas demasiados olores puedes terminar mareado y sin saber lo qué hueles. Y yo ya empiezo a estarlo. Por tanto, es hora de parar.
Foto: jlmaral