Di no, y luego negocia. Siempre me gustó esta frase. Era una de las frases que escribía en mi agenda escolar. Pero nunca la pude pronunciar en propiedad. Hoy, empiezo a entenderla. Y es, precisamente, hoy que la llevo a la práctica. Os explico.
Hace unos días escribí sobre la necesidad de ser optimistas ante estos tiempos que llaman “de crisis”. Y con ese optimismo me puse a buscar trabajo. Y lo encontré. De hecho, el primer requisito para encontrar trabajo es buscarlo. Pero me topé con uno de los miles de contratos basura que existen. Se trataba, realmente, de algo inaceptable. Contaba ya con experiencia en la misma empresa pero eso no se valoró para nada. Me ofrecieron algo indignante adornado con luces y guirnaldas navideñas. No fue muy tentador. Así que dije “no”. Y luego negocié. Reconozco que, esta vez, me fue útil la frase a pesar de que mucha gente me aconsejaba aceptar y callar. Me tuve que arriesgar. Y si os digo la verdad no lo consideré un riesgo pues no tenía mucho que perder, como mucho me quedaba igual. Y es que últimamente hay mucho abuso y los empresarios se aprovechan de eso ofreciendo “contratos” más que basura. La gente parada se ve obligada a aceptar estas pésimas condiciones, ya que seguimos asustados y cedemos. Reconozco que necesité algo de terapia hasta que, casi gritando, me dijeron “Cati, te están timando” y ahí reaccioné y me terminé de convencer.
A pesar de la pequeña mejora de condiciones no considero tener un sueldo decente ni el respeto por parte de mis superiores. Ahora mismo, dentro de todo, estoy contenta de no haberme conformado con algo totalmente injusto. Solo pude entrar en “acción” cuando supe que si me quedaba en casa obtenía el mismo beneficio que si salía a trabajar. Y este miedo es el que están provocando los especuladores y los empresarios más insensatos. Pero, esta vez, dije “no”.
Foto: Jaume d’Urgell