Los domingos suelen ser fomes para mi. Suelen ser con caña, con cazuela y con mucha tele. Hoy, domingo, no lo fue tanto. Aunque no faltó la tele… Salimos en la mañana dirección a Huilquilemu, con auto nuevo. Al llegar esperaba otra cosa, no sé porqué. Recorrimos un jardín lleno de pequeños naranjos con pequeñas naranjas. Nos cruzamos con una señora que vendía sus bordados de colores. Y finalmente llegamos al lugar del almuerzo. Estábamos muertos de hambre. A la mañana no alcancé a desayunar debido a las prisas y a la flojera. Así que buscamos una mesa para 6 y nos sentamos. Nos atiende un camarero, creo, que poco experimentado. Pedimos empanadas, sopaipillas, chancho en piedra, pollo mariscal y vino. Estuvimos esperando un buen rato al ritmo de cuecas. Fue un encuentro folclórico. Pero fue una pena no poder disfrutar gratamente de la buena comida chilena. El pescado estuvo crudo. Las sopaipillas estaban duras y “blancas”, entre otros detalles. Nos quejamos de que el pescado estaba crudo, nos retiraron el plato y nunca trajeron otro ni se nos ofreció nada a cambio, ni las disculpas.
Qué pena! Aún así pude disfrutar de buena compañía y de varios rayos de sol. Fue un día lindo y aproveché para empaparme de folklore chileno Eso sí, a la vuelta no dudé en seguir el ritmo de los demás domingos. Puse la tele e hize siesta. No tengo remedio, para mi, los domingos tienen que ser tranquilos y cerca de una almohada.