Hoy me perdí entre palabras, puntos y comas y me leí de un tirón el libro que empecé a leer hace unas semanas. Me metí entre las páginas y me situé en Ljubljana, ciudad donde se centra el escenario de la historia. Me imagino en una ventana de un 4º piso de esa ciudad de Europa del este, como llaman los europeos occidentales. Y observo desde ahí las callejuelas lluviosas y grises. Empiezo algo deprimida leyendo los pensamientos de una chica que decide suicidarse. Aunque a juzgar por el título del libro, ¿Qué otra cosa podía esperar?… La muchacha resulta “salvarse” del atentado contra su propia persona. Y es internada a un manicomio de las afueras de la ciudad. Ahí empieza, para mi, lo bonito del libro. Veronika, la suicida, se ve obligada a convivir el poco tiempo que le diagnostican rodeada de “locos”. Entrar en el manicomio significa para cada enfermo mental entrar a otro mundo, un mundo echo a medida. Donde todo está permitido porque están locos. Lo saben y lo admiten. Bromean sobre su estado. Saben que están ahí porque son diferentes. Los hay que ya se curaron y prefieren seguir internados, cosa que se les permite. Ahí dentro, cada uno tiene su marcado ya su territorio. Ella deberá adaptarse y ganarse a más de un loco. Me gustan los diálogos que hay entre ellos, siempre apoyada en la ayuda del narrador totalmente omnisciente.
A Veronika le dicen que le queda no más de una semana de vida. Y la protagonista pasa por diferentes estados. Miedo es lo primero que siente. Pena después, porqué se lamenta de no haber hecho todo lo que realmente quería hacer. En el poco tiempo que le dan, ella cambia radicalmente. Era una chica tranquila que trabajaba en una biblioteca. Había estudiado derecho por deseos de su madre. Vivía en un convento y su vida no era muy entretenida. Amargada y reprimida.
En cuanto es consciente del poco tiempo que le queda, empieza la evolución. Empieza odiando, cosa que hacía mucho tiempo que no hacía ya que se mostraba indiferente a todo. Acaba sintiendo cosas que no sabía ni que existían. Ahí, ella decide vivir todos los minutos que le quedan. Empieza a tener ganas de vivir. Coger conciencia de que se le va la vida hace que salga lo mejor de ella. No tener nada que perder le hace cambiar. Y también contagia a sus nuevos compañeros, que se vuelven sensibles a su situación.
La moraleja es que nunca valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos o estamos a punto de perderlo (típico tópico). Ahí hay varias maneras de reaccionar. En este libro, encontramos una joven que trata de suicidarse y al no conseguirlo empieza a valorar lo que tenía. En este caso: juventud, tiempo y otras virtudes que jamás supo explotar. Le dan ganas de volver a vivir. Que pena que a veces haya que esperar a algo tan grave para reaccionar y darse cuenta. Que hay una vida no más y es nuestro derecho (y/o deber) aprovecharla.
Personalmente quiero decir que me sorprendió el final (no digo más). Y que escribir sobre eso me hizo buscar información de dicha ciudad de Eslovenia. Lo que provocó unas ganas increíbles de visitarla. Busqué fotos, y en realidad no tiene nada del gris que imaginé. Me encantan los países de Europa central y del este. Pues “del este” les da un toque exótico, viejo y romántico. Color sepia.
Foto: west of the sound